MUCHOS de los jóvenes no tienen un principio fijo para servir a
Dios. Se rinden bajo cada nube, y no tienen poder de resistencia. No crecen en
gracia. Aparentan guardar los mandamientos de Dios, pero no están sometidos a la
ley de Dios, y ciertamente no pueden estarlo. Sus corazones carnales deben
cambiar. Deben ver belleza en la santidad: entonces suspirarán por ella como el
cervatillo suspira por los manantiales de agua; entonces amarán a Dios y su ley;
entonces será liviano el yugo de Cristo y ligera su carga.
Si el Señor
ha ordenado vuestros pasos, queridos jóvenes, no debéis esperar que vuestro
camino sea siempre de paz y prosperidad exteriores. El camino que lleva al día
eterno no es el más fácil de recorrer, y a veces parecerá oscuro y espinoso.
Pero tenéis la seguridad de que los brazos eternos de Dios os rodearán para
protegeros del mal. El quiere que tengáis ferviente fe en él, y que aprendáis a
confiar en él tanto en la sombra como a la luz del sol.
FE
VIVIENTE
La fe debe morar en el seguidor de Cristo, porque sin
esto es imposible agradar a Dios. La fe es la mano que se ase de la ayuda
infinita; es el medio por el cual el corazón renovado late al unísono con el
corazón de Cristo. Con frecuencia, el águila que se esfuerza por llegar a su
nido es arrojada por la tempestad a los estrechos desfiladeros de las montañas.
Las nubes, en masas oscuras, airadas, se interponen entre ella y las soleadas
alturas donde ha fijado su nido. Por un momento parece aturdida, y se precipita
de aquí para allá batiendo sus fuertes alas como si quisiese hacer retroceder
las densas nubes. Con su grito salvaje, en sus vanos esfuerzos por encontrar la
salida de la prisión, despierta las palomas de las montañas. Por fin se lanza
hacia arriba para atravesar la oscuridad, y da tan chillido agudo de triunfo al
surgir de ella un momento después y ver la serena luz del sol. Han quedado por
debajo de ella la tempestad y la oscuridad, y la luz del cielo brilla a su
alrededor. Llega a su amado hogar en el alto despeñadero, y se siente
satisfecha. Atravesando la oscuridad, llegó a la luz. Le costó un esfuerzo
hacerlo, pero ha sido recompensado logrando el objeto que buscaba.
Es
éste el único proceder que podemos seguir como cristianos. Debemos ejercer esa
fe viva que penetra en las nubes que, como espeso muro, nos separan de la luz
del cielo. Tenemos que alcanzar las alturas de la fe donde todo es paz y gozo en
el Espíritu Santo.
¿Habéis observado alguna vez un halcón que persigue a una
tímida paloma? El instinto ha enseñado a la paloma que, para que el halcón
agarre su presa, debe volar por encima de su víctima. Por eso se eleva cada vez
más en la bóveda celeste, perseguida siempre por el halcón, que quiere sacarle
ventaja. Pero en vano. La paloma está segura mientras no permite que nada la
detenga en su vuelo, o la haga ir hacia la tierra; pero si vacila una vez y
vuela más bajo, su vigilante enemigo se arrojará sobre ella y la agarrará.
Repetidas veces hemos observado esta escena con interés palpitante, simpatizando
con la palomita. ¡Qué tristeza habríamos sentido al verla caer víctima del cruel
halcón!
Nos espera un conflicto, conflicto de toda la vida, con Satanás
y sus seductoras tentaciones. El enemigo usará todo argumento, todo engaño para
enredar al alma; y debemos hacer esfuerzos fervientes, perseverantes, para ganar
la corona de la vida. No debemos deponer la armadura ni dejar el campo de
batalla hasta que hayamos ganado la victoria y podamos triunfar en nuestro
Redentor. Mientras tengamos la mirada fija en el Autor y Consumador de nuestra
fe, estaremos seguros. Pero debemos colocar nuestros afectos en las cosas de
arriba, no en las de la tierra. Por medio de la fe debemos elevarnos cada vez
más en la adquisición de las gracias de Cristo. Contemplando diariamente sus
incomparables encantos, debemos crecer más y más a la semejanza de su imagen
gloriosa. Mientras vivamos así en comunión con el cielo, Satanás nos tenderá en
vano sus redes ( Youth's Instructor, mayo 12, 1898).
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