EL REMEDIO PARA LA RUINA


"Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí y yo al mundo." Gál. 6: 14.

Miremos la cruz del Calvario. Es la garantía de amor ilimitado, de la inconmensurable misericordia del Padre celestial. ¡Oh, si todos se arrepintieran e hicieran sus primeras obras! Cuando los miembros de las iglesias lo hagan, amarán a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos. Efraín no envidiaría a Judá, y éste no ofendería a Efraín. Las disensiones desaparecerán y el áspero ruido de la contienda no se escuchará más dentro de los límites de Israel.

Por medio de la gracia abundantemente proporcionada por Dios, todos tratarán de contestar la oración de Cristo, es decir, que sus discípulos sean unidos, como él y su Padre están unidos. La paz, el amor, la misericordia y la benevolencia serán los permanentes principios del alma. El amor de Cristo será el tema de toda lengua, y el Testigo verdadero no podrá decir más: "Tengo contra ti, que has dejado tu primer amor" (Apoc. 2: 4). El pueblo de Dios permanecerá en Cristo, el amor de Jesús se manifestará, y un solo Espíritu animará a todos los corazones, regenerándolos y renovándolos a la imagen de Cristo, amoldándolos a todos por igual.

Como ramas vivientes de la vid verdadera, todos estaremos unidos a Cristo, la Cabeza viviente. Jesús morará en cada corazón, para guiar, consolar, santificar, y para presentar al mundo la unidad de sus seguidores, para dar testimonio de ese modo que la iglesia remanente posee las credenciales del cielo. Mediante la unidad de la iglesia de Cristo se probará que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito. . .

Las obras no pueden ser para nosotros el precio que pagamos para entrar al cielo. La única ofrenda que se hizo alcanza para todos los creyentes. El amor de Cristo proporcionará nueva vida a los creyentes. Quien beba aquí del agua de la fuente de vida, será saciado en el reino con el nuevo vino. La fe en Cristo será el medio por el cual el debido espíritu y los motivos acertados obrarán en el creyente, y del que mira a Jesús procederán toda bondad y toda actitud celestial, puesto que él es autor y consumador de su fe. Miremos a Dios, no a los hombres. El Señor es nuestro Padre celestial que está dispuesto a soportar con paciencia nuestras debilidades y que las perdona y las sana ( Review and Herald , del 20 de marzo de 1894).
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