Pensad en Cristo, el Ser adorado por los ángeles, en la actitud de quien suplica. El fue un poderoso suplicante, que buscaba de las manos del Padre nuevas reservas de gracia y que salía vigorizado y refrigerado para impartir lecciones de confianza y esperanza. Miradlo arrodillado en oración mientras en las horas nocturnas derrama su alma ante el Padre. Mirad los ángeles que velan sobre el fervoroso suplicante. Su oración se eleva al cielo en favor nuestro. El es nuestro Hermano mayor, rodeado de las debilidades humanas y tentado en todo como nosotros, pero sin pecado.
A menudo los discípulos con los corazones quebrantados y humillados vieron a Cristo arrodillado en oración. Cuando su Señor y Salvador se levantaba de sus rodillas, ¿qué leían en su semblante y en su porte? Que estaba listo para el deber y preparado para la prueba. La oración era una necesidad de su humanidad, y sus peticiones estaban a menudo acompañadas por fuertes clamores y agonía de alma, al ver las necesidades de sus discípulos quienes, no dando cuenta del peligro, frecuentemente eran llevados, bajo las tentaciones de Satanás, lejos del deber, a la práctica del mal.
La vida de Cristo fue pura y sin mancha. Rehusó ceder a las tentaciones del enemigo. Si hubiera cedido en un solo punto la familia humana se habría perdido. ¿Quién puede contar la agonía que sufre al ver a Satanás jugar el juego de la vida en procura de las almas de aquellos que dicen ser sus discípulos, y los ve ceder paso tras paso, permitiendo que sean derribadas las defensas del alma? No podemos concebir la agonía que él tiene que soportar ante esa vista. Una sola alma perdida, un alma entregada al poder de Satanás, significa más para él que el mundo entero. . . Qué argumento poderoso es su oración: " "Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste" (Juan 17: 21) (Manuscrito 9, 1906).
0 comentarios :
Publicar un comentario