"Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios." (Juan 3: 3.)
Nicodemo ocupaba un puesto elevado y de confianza en la nación judía... Como otros, había sido conmovido por las enseñanzas de Jesús... Las lecciones que habían caído de los labios del Salvador le habían impresionado grandemente, y quería aprender más de estas verdades maravillosas.
Nicodemo había venido al Señor pensando entrar en una discusión con él, pero Jesús descubrió los principios fundamentales de la verdad. Dijo a Nicodemo: No necesitas conocimiento teórico tanto como regeneración espiritual. No necesitas que se satisfaga tu curiosidad, sino tener un corazón nuevo. Debes recibir una vida nueva de lo alto, antes de poder apreciar las cosas celestiales.
El cambio de corazón representado por el nuevo nacimiento puede realizarse únicamente por la obra efectiva del Espíritu Santo... El orgullo y el amor propio resisten al Espíritu de Dios; cada inclinación natural del alma se opone al cambio que transforma la altivez y el orgullo en la mansedumbre y humildad de Cristo. Pero si hemos de caminar en la senda de la vida eterna no debemos prestar oído al susurro del yo... Al recibir la luz divina y cooperar con las inteligencias celestiales, nacemos de nuevo, liberados de la corrupción del pecado por el poder de Cristo.
El tremendo poder del Espíritu Santo obra una transformación entera en el carácter del agente humano, convirtiéndolo en una nueva criatura en Cristo Jesús... Las palabras y acciones expresan el amor del Salvador. No hay competencia por el lugar más alto. Se renuncia al yo. El nombre de Jesús está escrito en todo lo que se dice y hace.
¿No es la renovación del hombre el mayor milagro que puede hacerse? ¿Qué no puede hacer el agente humano que por fe se aferra del poder divino?
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