Hay en el hombre una disposición a estimarse más que a su hermano, a trabajar para sí, a buscar el lugar más alto; y con frecuencia esto produce malas sospechas y amargura de espíritu. El rito que precede a la Cena del Señor, está destinado a aclarar estos malentendidos, a sacar al hombre de su egoísmo, a bajarle de sus zancos de exaltación propia, a la humildad de corazón que le inducirá a servir a su hermano.
El rito del lavamiento de los pies ilustra muy enérgicamente la necesidad de verdadera humildad. Mientras los discípulos discutían por la posición más alta en el reino prometido, Cristo se ciñó a sí mismo y efectuó la labor de un siervo al lavar los pies de aquellos que lo llamaban Señor.
Habiendo lavado los pies de los discípulos, dijo: "Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis". "Cristo instituía un servicio religioso. Por el acto de nuestro Señor, esta ceremonia humillante fue transformada en rito consagrado que debía ser observado por los discípulos, a fin de que recordasen siempre sus lecciones, de humildad y servicio.
La reconciliación mutua de los hermanos es la obra para la cual se estableció el rito del lavamiento de los pies... Cuandoquiera que se celebre, Cristo está presente por medio de su Santo Espíritu. Es este Espíritu el que trae convicción a los corazones.
Al celebrar Jesús este rito con sus discípulos, la convicción se apoderó de todos, menos de Judas. Así también nos poseerá la convicción mientras Cristo hable a nuestros corazones... Los pecados que han sido cometidos aparecerán con mayor distinción que nunca antes; pues el Espíritu Santo los traerá a nuestro recuerdo.
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