NO HAY en nuestra naturaleza impulso alguno ni facultad
mental o tendencia del corazón, que no necesite estar en todo momento bajo el
dominio del Espíritu de Dios. No hay bendición alguna otorgada por Dios al
hombre, ni prueba permitida por él, que Satanás no pueda ni desee aprovechar
para tentar, acosar y destruir el alma, si le damos la menor ventaja. En
consecuencia, por grande que sea la luz espiritual de uno, por mucho que goce
del favor y de las bendiciones divinas, debe andar siempre humildemente ante el
Señor, y suplicar con fe a Dios que dirija cada uno de sus pensamientos y domine
cada uno de sus impulsos.
Todos los que profesan la vida piadosa tienen
la más sagrada obligación de guardar su espíritu y de dominarse ante las mayores
provocaciones. Las cargas impuestas a Moisés eran muy grandes, pocos hombres
fueron jamás probados tan severamente como lo fue él; sin embargo, ello no
excusó su pecado. Dios proveyó ampliamente en favor de sus hijos; y si ellos
confían en su poder, nunca serán juguete de las circunstancias. Ni aun las
mayores tentaciones pueden excusar el pecado. Por intensa que sea la presión
ejercida sobre el alma, la transgresión es siempre un acto nuestro. No puede la
tierra ni el infierno obligar a nadie a que haga el mal. Satanás nos ataca en
nuestros puntos débiles, pero no es preciso que nos venza. Por severo o
inesperado que sea el asalto, Dios ha provisto ayuda para nosotros, y mediante
su poder podemos ser vencedores ( Patriarcas y profetas , pág. 446).
COMO DESARROLLAR TU FORTALEZA
Los
que al fin salgan victoriosos, tendrán épocas de terrible perplejidad y prueba
en su vida
religiosa; pero no deben desechar su confianza, pues es ésta una
parte de su disciplina en la escuela de Cristo y es esencial a fin de que toda
la escoria pueda ser eliminada. El siervo de Dios debe soportar con fortaleza
los ataques del enemigo, sus dolorosos vituperios, y debe vencer los obstáculos
que Satanás coloque en su camino.
Satanás tratará de desanimar a los
seguidores de Cristo para que no oren ni estudien las Escrituras, y arrojará su
odiosa sombra a través del sendero, para ocultar a Jesús de la vista, para
excluir la visión de su amor y las glorias de la heredad celestial. Se deleita
en hacer andar a los hijos de Dios vacilantes, temblorosos, apenados, bajo una
duda continua. Trata de hacer la senda tan triste como sea posible; pero si
miráis hacia arriba, no hacia abajo a vuestras dificultades, no desmayaréis en
el camino, veréis pronto a Jesús extendiendo su mano para ayudaros, y sólo
tendréis que tenderle la vuestra con confianza sencilla, y dejar que os guíe. A
medida que cobréis confianza, cobraréis esperanza.
EN LA FUERZA
DEL SEÑOR
Jesús es la luz del mundo, y vosotros habéis de
amoldar vuestra vida a la suya. Hallaréis en Cristo
fuerza para formar un
carácter fuerte, simétrico, hermoso. Satanás no puede anular la luz que irradie
de semejante carácter. El Señor tiene un trabajo para cada uno de nosotros. No
ha dispuesto él que seamos sostenidos por la influencia de la alabanza y el
halago humanos; él da a entender que cada alma debe mantenerse con la fuerza del
Señor. Dios nos ha dado su mejor don, su mismo Hijo unigénito, para elevarnos,
ennoblecernos, y capacitarnos, invistiéndonos de su propia perfección de
carácter para que tengamos un hogar en su reino. Jesús vino a nuestro mundo y
vivió como él esperaba que sus seguidores vivieran. Si somos indulgentes con
nosotros mismos y demasiado perezosos para hacer esfuerzos fervientes por
cooperar en la maravillosa obra de Dios, afrontaremos pérdida en esta vida, y
pérdida en la vida futura, inmortal.
Dios se propone que trabajemos, no
de un modo desesperado, sino con poderosa fe y esperanza. Al escudriñar las
Escrituras y ser iluminados para contemplar la maravillosa condescendencia del
Padre al dar a Jesús al mundo, a fin de que todos los que creen en él no
perezcan, mas tengan vida eterna, deberíamos regocijarnos con gozo indecible y
lleno de gloria. Es el propósito de Dios que usemos para el adelanto de la
verdad todo lo que pueda obtenerse mediante la educación. La piedad vital,
verdadera, debe irradiar de la vida y el carácter, para que la cruz de Cristo
sea levantada ante el mundo y a la luz de la cruz sea revelado el valor del
alma. Nuestras mentes deben abrirse para entender las Escrituras, a fin de que
obtengamos poder espiritual alimentándonos del pan del cielo ( Review and Herald
abril 8, 1890).
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