“[…] Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿hallará fe en la tierra?” Lucas 18:8
Sus pasos eran rápidos. Él debía correr porque no podía perderse la gran oportunidad. Entonces se encontró delante de Jesús y arrodillándose le preguntó: ¿Maestro bueno, qué haré para heredar la vida eterna? El joven rico estaba confundido respecto al asunto más desafiante de la mente humana: ¿cómo garantizar que estaremos un día de nuevo delante de nuestro Creador, para nunca más separarnos? Desde la caída del hombre, nuestro corazón se pregunta: ¿Hasta cuándo estaremos apartados físicamente de nuestro Dios?
¿Cuántas veces delante de pérdidas materiales, despedidas de nuestros seres queridos, de la muerte de personas que amamos y delante de las dificultades en el ministerio, no ansiamos ese día? Predicamos la fe, pero ¿será que la estamos ejercitando? Desafíos en la vida, asuntos de disciplina, cambios de domicilio, incumplimiento por parte de nuestros trabajadores; cuántas cosas ocupan tu mente, sin contar las veces que nos entristecemos con las personas que sufren. Nos preguntamos: “cuando el Hijo del hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?
¿Por qué es que los hijos de Dios pasan por tantas pruebas y tribulaciones en este mundo? Dios permite que estas cosas sucedan con nosotros para que busquemos el cielo. Cuando todo marcha bien, es fácil acomodarse en la tierra, pero cuando nuestra vida parece sacudida por los cambios y preocupaciones, deseamos ir al cielo. ¿Y qué es lo que nos puede mantener firmes hasta que llegue ese día?
Dios usa lecciones de la naturaleza para enseñarnos. ¿Usted ha visto a un pajarito durmiendo en una rama o en una cuerda sin caerse? ¿Cómo es que puede hacer eso? Si nosotros intentáramos dormir así, seguro que nos caeríamos y nos romperíamos los huesos. El secreto está en los tendones que poseen las patas de las aves. Ellas fueron creadas de tal forma que cuando las articulaciones están dobladas, la pata se afirma sobre cualquier cosa. La articulación doblada es lo que le da fuerza. ¡Qué maravilla!
Lo mismo sucede con nosotros. Cuando nuestra “rama” de la vida está frágil y lista para caer, la mayor seguridad y estabilidad está en doblar las rodillas en oración. De esta manera podremos mantenernos firmes en nuestra fe hasta el día en que digamos: ¡Este es nuestro Dios a quién esperábamos! ¡Maranata! ¡Ven Señor Jesús! ¡Amén!
Anicacio F. Seabra Junior, pastor
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